EL VIAJE ESPIRITUAL Y MUNDANO DE STEINMEIER
III: PERTURBACIÓN DE UN HOMBRE ENAMORADO QUE SUPERPONÍA SONIDOS
(WALTER HA EMIGRADO DE NUEVO)
Advertencia: Puede interrumpirse
por obra y gracia de W. Steinmeier
Siempre soñé con la vida de músico. Mis padres decían que tenía madera,
madera de perdedor y por tal razón me tenía que dedicar a la música. Vivo en un
mundo lleno de contradicciones bastante superfluas, cada una menos relevante
que su antecesora, como una rajadura que se ramifica por la pared de la
concordia. Yo trataba de ocultar aquella pared fracturada por diversas repisas
llenas de libros de personas que yo consideraba significantes carrozas de
cultura y ciencia. Sentía que mi situación con mi familia era cada vez menos
oportuna pues ellos eran “progresistas” y un artista no podía estar en medio de
sus reuniones con la sociedad de la pereza y el consumo. Me obligaron a ir a
Oxford, cosa que evité con una decisión bastante descabellada: dar la bienvenida
a la mendicidad. Pensaba que comenzar desde el cero me sería útil… todavía no
es tiempo de que me cuestione.
Yo he sido un joven bastante parecido, calculador, pero que considera al
arte admisible como un mundo de posibilidades y esas banalidades que usted
intenta esquivar. Me gusta ir lento, bien lentito, como el caracol y dormir
mucho como el mismo; eso no quiere decir que le tenga miedo a envejecer. Más
bien es un planteamiento para pasar por alto las reglas generales de la vida.
¿Tal vez sea un rebelde por eso? La verdad, no lo sé, respóndalo por mí pues
soy muy perezoso para hacer preguntas sobre mi existencia. Puedo ver a través
de los ojos de otros; no, no soy telepático ni psíquico. Ellos me cuentan lo
que debo procesar, afortunadamente todos aceptan la condición de que debo
hacerlo muy despacio porque… recuerde, soy como el caracol. Dejemos de hablar
de este simpático molusco para centrarnos en el otro ingrediente: mi habilidad
musical. Claro, para eso tenía que calibrar el reloj de mi vida y el de la
música pues esta última evoluciona más rápido que mis propios sentimientos.
¡Vaya!, ahora toco el tema de los sentimientos. Ellos que tanto me han
ahorcado, suerte que su soga es tan débil como sus “progenitores”; mis
sentimientos, por suerte, pudieron escabullirse por la ahorca preparada por mis
amores previos a este escrito. Probablemente es por eso que nunca me ha dolido
cuando esa persona especial se larga de una buena vez… ¿o será que detecté a
tiempo que nunca me ha amado? Diablos, me estoy desviando, como esas rajaduras
protagonistas del cuarteamiento de la pared antes mencionada. Dejemos eso para
después.
Recuerdo estar en una calle bastante transitada en Londres. Compraba
vidrios rotos por una cómoda cantidad de peniques; aún me sobraba para comprar
el pan y el agua. El asunto trata de que yo me hice amigo del dueño de Art & Paintings, una tienda de
pinturas. Nunca olvidaré sus primeras palabras: “Miren a este mentecato, el
hijo de los Palmson… qué tal, mi nombre es Paul Paintalung.” El señor Paintalung
comprendía mi situación a pesar de tener una cálida amistad con mis padres. Me
encantaba su acento. Él jamás podía pronunciar la ‘r’ como debía hacerlo un
buen inglés; la más ejemplar es la palabra ‘raro’, salida de su tartamuda boca
como ‘vavo’. Me enseñó a dominar las milenarias técnicas de elaboración de
mosaicos con un poco de pintura y vidrio. Pero él no tenía vidrio para
reciclar, así que yo viajaba a la fábrica de jarros y espejos para conseguir lo
necesario. Paintalung era viudo y poco a poco fue acercándome a su hogar y sus
secretos. Un día fui a su casa, no muy lejos de su tienda y muy cerca de la
mansión de mis padres, quería mostrarme un mosaico que representaba su
tormentoso pasado. Estaba inconcluso y se atrevió a ilustrarme sobre la historia
de su obra:
–Su nombre es Walter Steinmeier –dijo el señor Paul–, su apellido hacía
honor a mi primera y única amiga, la misma que más tarde se convertiría en mi
esposa. Es mi más brillante creación, pero no nació como un flash de cámara. Se
fue formando durante mi infancia, cuando residía en Liverpool. Yo lo creé
porque el autismo que la sociedad me inducía me obligaba a dibujar y seguir más
acérrimamente los pasos de mi familia.
–Es como un amigo oculto –comenté.
–No, no fue eso –refutó Paul–. Al principio era un buen entretenimiento.
Sin embargo, traté de dejarlo cuando me di cuenta de que estaba alejándome del
mundo, la tecnología, sus lenguas y sociedades. Él se volvió dañino y me
desinformaba a tal punto que me decía que las flores fueron creación de la
antigua papelería de al frente de mi casa y que eran muy astutamente puestas
por los jardineros para obtener dinero fácil. Odiaba el mundo industrializado…
sí, sí, él podía abandonar mi cuerpo para visitar lo que me negaba observar.
–Eso es terrible –afirmé, con conjeturas en la cabeza sobre su mente–.
Por suerte, no causó daño en la gente, ¿o sí?
–Así es John –me dijo, con un suspiro de alivio–, no podía de manera
directa pues estoy seguro que era incapaz de migrar a otros cuerpos al menos
que me abandonase definitivamente.
–¿Y lo dejó para siempre? –le pregunté con recelo.
–Sí –respondió mi amigo, muy feliz–. Sabía que los pedazos de vidrios
rotos se hicieron más importantes y se fue…
–¿El cuerpo?
–Al cuerpo de mi sobrino político, Helmut –aseveró, bastante decaído–.
Fui a visitar a su familia, en Ecuador. Ellos trataron de correr de un pasado
muy triste y poco productivo. Incluso yo me considero el precursor de su
“huída” a ese país, donde no se procreaba tantas preocupaciones, pero sí mucha
estupidez. Por suerte, ellos fueron inmunes a la estupidez. Helmut sufría un
poco de desequilibrio así que jamás traté de juntarme… hasta que una vez lo vi
desvalido en su cuarto, haciéndome recordar mis pésimos momentos con mi nana.
Fui a consolarlo, pero resultó ser el peor error de mi vida.
–¿Error atender a un niñito?
–En realidad tenía siete años. Walter había estado viajando lo más
alejado posible de mi cerebro: en mis zapatos. Creo que su personalidad se hizo
más maloliente que nunca. Y cuando Helmut me abrazó, sentí una corriente
escalofriante atravesar mis brazos que agarraban con cariño la cabeza de mi
sobrino. Así Helmut, un niño jorobado y desubicado, se convirtió en un
presentable y alto joven con la seguridad de una rana antes de comerse al
grillo. Así como me sucedió, parecía beneficiarle, pero sólo era un espejo
engañoso de lo que realmente era Helmut.
–Lamentable…
–Terrible será. Walter resultó ser más posesivo y astuto que nunca. Él
daba a Helmut la impresión de que podía observarlo, pero sin hacer
absolutamente nada. Para Helmut eso era muy normal y pensaba que toda la gente
hacía lo mismo.
–¿Y cuánto tiempo estuvo usted con Helmut?
–Traté de convencer a Walter que regrese conmigo para salvar a Helmut,
pero Walter estaba más agarrado que una tenia. Luego de largas noches de
lágrimas, decidí regresar a Liverpool…
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