lunes, 10 de septiembre de 2012

EL ESPACIO GENERADO



Estoy en el malecón, por la Catedral, y un viento norte corre por la altura del torso. No lo siento aunque estoy entre ese vector relajante. Veo los tendales y no alcanzo esa frescura cosmopolita que me transportaba a mis deseos sencillos, mundanos, íntimos. Hay una presencia vacía alrededor de mí; no lo siento, no percibo; sí, eso puede ser: como ese ente es inapelable a la existencia, necesita un arrimo de la realidad mía. El orbe del romanticismo me ha quitado esa noble sensación de ese tendal de sucesos, pasos, oportunidades anheladas, cofres ociosos, la vida; y me ha dado esa presencia vacía, como una burbuja irregular, esa pompa que no encuentra su éter intrínseco, que está más allá de esos cuásares maravillosos e inaudibles espectáculos cósmicos. La nada te espera, espacio, y no sé cómo te generé, pero siento que fueron esos poemas, poemas que me dañaron, que complacieron al conjunto unión pero noto que está fuera de él, que probablemente sólo lo represente yo y ella, o el inefable repertorio de mis antítesis más impregnadas en mi mente dual. Hay una línea en ese diagrama de Venn, dentro del Referencial, que se encarga de abrazar el realismo y arrebatarla de mi humanidad, esa que engloba la tierra, un Atlas. Esa línea es ese vacío maldito, el campo espectral más siniestro aunque destilado, y ahí está el misterio. Cuando esa presencia desaparezca, al fin podré concebir una boca más entusiasta, libre, que cuente a los lares remotos lo que la soledad más inmediata es capaz de perpetrar. Me atrevo a decir que ella pronto saltará, como un gas de poca densidad, hacia el cielo, los astros, los cúmulos, hasta encontrar su hogar, y se irá amarrada a mi respiro. Mi firma ya está en el universo. Y creo que ya no está ese gas sin masa, porque estoy por concluir esta carta, que no es confesión ni desahogo; sólo es un halago a ese enemigo que me permitió expandir como una estrella moribunda.
Veré, otra vez con ese viento veraniego, esos tendales al otro lado del río Babahoyo, así como cuando los apreciaba desde la bicicleta con mi padre. Ese vacío, ese espacio, se genera cuando uno crece.