jueves, 2 de febrero de 2012

EL VIAJE ESPIRITUAL Y MUNDANO DE STEINMEIER (Cap. III)

EL VIAJE ESPIRITUAL Y MUNDANO DE STEINMEIER
III: PERTURBACIÓN DE UN HOMBRE ENAMORADO QUE SUPERPONÍA SONIDOS
(WALTER HA EMIGRADO DE NUEVO)

Advertencia: Puede interrumpirse por obra y gracia de W. Steinmeier
Siempre soñé con la vida de músico. Mis padres decían que tenía madera, madera de perdedor y por tal razón me tenía que dedicar a la música. Vivo en un mundo lleno de contradicciones bastante superfluas, cada una menos relevante que su antecesora, como una rajadura que se ramifica por la pared de la concordia. Yo trataba de ocultar aquella pared fracturada por diversas repisas llenas de libros de personas que yo consideraba significantes carrozas de cultura y ciencia. Sentía que mi situación con mi familia era cada vez menos oportuna pues ellos eran “progresistas” y un artista no podía estar en medio de sus reuniones con la sociedad de la pereza y el consumo. Me obligaron a ir a Oxford, cosa que evité con una decisión bastante descabellada: dar la bienvenida a la mendicidad. Pensaba que comenzar desde el cero me sería útil… todavía no es tiempo de que me cuestione.
Yo he sido un joven bastante parecido, calculador, pero que considera al arte admisible como un mundo de posibilidades y esas banalidades que usted intenta esquivar. Me gusta ir lento, bien lentito, como el caracol y dormir mucho como el mismo; eso no quiere decir que le tenga miedo a envejecer. Más bien es un planteamiento para pasar por alto las reglas generales de la vida. ¿Tal vez sea un rebelde por eso? La verdad, no lo sé, respóndalo por mí pues soy muy perezoso para hacer preguntas sobre mi existencia. Puedo ver a través de los ojos de otros; no, no soy telepático ni psíquico. Ellos me cuentan lo que debo procesar, afortunadamente todos aceptan la condición de que debo hacerlo muy despacio porque… recuerde, soy como el caracol. Dejemos de hablar de este simpático molusco para centrarnos en el otro ingrediente: mi habilidad musical. Claro, para eso tenía que calibrar el reloj de mi vida y el de la música pues esta última evoluciona más rápido que mis propios sentimientos. ¡Vaya!, ahora toco el tema de los sentimientos. Ellos que tanto me han ahorcado, suerte que su soga es tan débil como sus “progenitores”; mis sentimientos, por suerte, pudieron escabullirse por la ahorca preparada por mis amores previos a este escrito. Probablemente es por eso que nunca me ha dolido cuando esa persona especial se larga de una buena vez… ¿o será que detecté a tiempo que nunca me ha amado? Diablos, me estoy desviando, como esas rajaduras protagonistas del cuarteamiento de la pared antes mencionada. Dejemos eso para después.
Recuerdo estar en una calle bastante transitada en Londres. Compraba vidrios rotos por una cómoda cantidad de peniques; aún me sobraba para comprar el pan y el agua. El asunto trata de que yo me hice amigo del dueño de Art & Paintings, una tienda de pinturas. Nunca olvidaré sus primeras palabras: “Miren a este mentecato, el hijo de los Palmson… qué tal, mi nombre es Paul Paintalung.” El señor Paintalung comprendía mi situación a pesar de tener una cálida amistad con mis padres. Me encantaba su acento. Él jamás podía pronunciar la ‘r’ como debía hacerlo un buen inglés; la más ejemplar es la palabra ‘raro’, salida de su tartamuda boca como ‘vavo’. Me enseñó a dominar las milenarias técnicas de elaboración de mosaicos con un poco de pintura y vidrio. Pero él no tenía vidrio para reciclar, así que yo viajaba a la fábrica de jarros y espejos para conseguir lo necesario. Paintalung era viudo y poco a poco fue acercándome a su hogar y sus secretos. Un día fui a su casa, no muy lejos de su tienda y muy cerca de la mansión de mis padres, quería mostrarme un mosaico que representaba su tormentoso pasado. Estaba inconcluso y se atrevió a ilustrarme sobre la historia de su obra:
–Su nombre es Walter Steinmeier –dijo el señor Paul–, su apellido hacía honor a mi primera y única amiga, la misma que más tarde se convertiría en mi esposa. Es mi más brillante creación, pero no nació como un flash de cámara. Se fue formando durante mi infancia, cuando residía en Liverpool. Yo lo creé porque el autismo que la sociedad me inducía me obligaba a dibujar y seguir más acérrimamente los pasos de mi familia.
–Es como un amigo oculto –comenté.
–No, no fue eso –refutó Paul–. Al principio era un buen entretenimiento. Sin embargo, traté de dejarlo cuando me di cuenta de que estaba alejándome del mundo, la tecnología, sus lenguas y sociedades. Él se volvió dañino y me desinformaba a tal punto que me decía que las flores fueron creación de la antigua papelería de al frente de mi casa y que eran muy astutamente puestas por los jardineros para obtener dinero fácil. Odiaba el mundo industrializado… sí, sí, él podía abandonar mi cuerpo para visitar lo que me negaba observar.
–Eso es terrible –afirmé, con conjeturas en la cabeza sobre su mente–. Por suerte, no causó daño en la gente, ¿o sí?
–Así es John –me dijo, con un suspiro de alivio–, no podía de manera directa pues estoy seguro que era incapaz de migrar a otros cuerpos al menos que me abandonase definitivamente.
–¿Y lo dejó para siempre? –le pregunté con recelo.
–Sí –respondió mi amigo, muy feliz–. Sabía que los pedazos de vidrios rotos se hicieron más importantes y se fue…
–¿El cuerpo?
–Al cuerpo de mi sobrino político, Helmut –aseveró, bastante decaído–. Fui a visitar a su familia, en Ecuador. Ellos trataron de correr de un pasado muy triste y poco productivo. Incluso yo me considero el precursor de su “huída” a ese país, donde no se procreaba tantas preocupaciones, pero sí mucha estupidez. Por suerte, ellos fueron inmunes a la estupidez. Helmut sufría un poco de desequilibrio así que jamás traté de juntarme… hasta que una vez lo vi desvalido en su cuarto, haciéndome recordar mis pésimos momentos con mi nana. Fui a consolarlo, pero resultó ser el peor error de mi vida.
–¿Error atender a un niñito?
–En realidad tenía siete años. Walter había estado viajando lo más alejado posible de mi cerebro: en mis zapatos. Creo que su personalidad se hizo más maloliente que nunca. Y cuando Helmut me abrazó, sentí una corriente escalofriante atravesar mis brazos que agarraban con cariño la cabeza de mi sobrino. Así Helmut, un niño jorobado y desubicado, se convirtió en un presentable y alto joven con la seguridad de una rana antes de comerse al grillo. Así como me sucedió, parecía beneficiarle, pero sólo era un espejo engañoso de lo que realmente era Helmut.
–Lamentable…
–Terrible será. Walter resultó ser más posesivo y astuto que nunca. Él daba a Helmut la impresión de que podía observarlo, pero sin hacer absolutamente nada. Para Helmut eso era muy normal y pensaba que toda la gente hacía lo mismo.
–¿Y cuánto tiempo estuvo usted con Helmut?
–Traté de convencer a Walter que regrese conmigo para salvar a Helmut, pero Walter estaba más agarrado que una tenia. Luego de largas noches de lágrimas, decidí regresar a Liverpool…