lunes, 9 de enero de 2012

EL VIAJE ESPIRITUAL Y MUNDANO DE STEINMEIER (Cap. I)

EL VIAJE ESPIRITUAL Y MUNDANO DE STEINMEIER
I: LA HISTORIA DE UN SEÑOR QUE QUERÍA DIVERTIRSE EN LA AV. SODOMA
Tal vez para una persona que pasa por una crisis existencial hay una extrema posibilidad de tomar un camino totalmente desdichado. Eso fue lo que pasó con el señor que quería divertirse en la Av. Sodoma y la calle que conduce a un pedazo de manglar de por allí. Así es, ese lugar que tanto odias y que, sin embargo, ni lo conoces. Pero puedes percibirlo o imaginarlo… y no hay necesidad de oler excrementos o la orina de los andrajos sociales. Es digno mencionar que este tipo, amigo mío de la infancia y valeroso compañero de prostíbulo, fue un ente sonámbulo, nunca sabía si estaba alucinando o ensayando otra de sus fallidas obras teatrales que nunca fueron leídas por las influyentes amistades con las prima donnas. Él, como esos hombres que quisieron comenzar un viaje hacia el foso de flores gigantes y apestosas, emprendió una historia de esas que se oyen normalmente por ahí. No me enteré de su reciente vida pasada hasta que un sicario llamado Alberto me contó su historia que decía que se las hacía de péndulo.
Lo conocí cuando tenía 7 años, en ese tiempo mi apatía y desorden eran evidentes, ahora no tanto gracias a él. Recuerdo esos días dorados. Compartíamos muchos gustos y placeres. Cuando este tipo actuaba, yo era nulo y viceversa; mirábamos las acciones del otro. Nos complementábamos, como si uno esperase que la respuesta del otro venga por inercia. Le tenía una sana envidia debido a su propiedad de tocar los cielorrasos sin saltar, entre mis amigos se hacía llamar “rascatechos Walter”; yo, en cambio, era encorvado. Él era bastante fornido, consecuencia de un estricto entrenamiento a punta de levantamiento de pesas de concreto que mi padre elaboraba. Las mujeres lo llamaban el “dulce albino”, casi toda muchacha que se le atravesaba era besada apasionadamente; si tu novia era poseída por este buen hombre, no podías hacer nada. “Muchos machos se han hecho homosexuales debido a su virilidad”, bromeaba mi abuelo, el polaco. Otros le decían “ojos de alga”; esto lo odiaba; pensaba que era adoptado puesto que sus padres tenían los ojos azules. Nada como un tupido bigote castaño, ese que se tornaba de otros colores cuando trabajaba conmigo en la vulcanizadora; no le cuentes a nadie, se lo hacía crecer porque era fanático de F. Mercury. ¿Su cabello y su español?, ni hablar. Por medio de él conocí a una mujer bastante sensual llamada Anna, recuerdo que con ella tuve la mejor noche de mi vida. Lamentablemente, cuando ambos cumplimos los treinta, Anna se fue con él a Inglaterra y, con ello, nuestra amistad de hierro (él la quiso terminar) y mi vida se apagó por un largo tiempo. Sus características físicas y personalidad tenían gran correlación debido a que era un ser bastante aberrante en las estadísticas, cosa que haría verse con claridad años más tarde.
El señor Walter, recién llegado del extranjero y muy bien educado, decidió reencontrarse con sus amigos; fui excluido porque hacía tiempo que nuestra relación se hizo añicos. Pero, cuando Walter estuvo de vuelta, mi vida volvió a saltar como un geiser bastante taponado. Regresó luego de que Anna lo traicionó al convertirse en esclava sexual de su padrastro, esto fue una de las tantas cosas que harían estallar la bomba o cabeza o como la quieras llamar; ese no es el punto de la mezcla de sucesos que estarían por venir. Trabajaba en una de esas empresas especuladoras que tanto aman nuestros mandamases y fue despedido por denunciar una cuestión de la sobrevaloración de retretes que estaba implicada dicha empresa. De Londres tenían que ser. Se sentía frustrado luego de tratar de podar los árboles en una calle que mis compañeros de libar llamaban “Abbey Road” y ser arrestado múltiples veces por la misma tontería. ¿Quién no tiene delirios en su vida? Él decía que quería hacerla ver como una foto en donde aparecía su tío Pablo. No sé quién sea tal familiar suyo, pero al final fue deportado, no por sus pequeñas travesuras, sino por jugar en los cementerios de Liverpool con el objetivo de encontrar a su “tío”. Aseguraba, alternando entre la ira y el pánico originado por los interrogatorios, que venía de Manchester (otras veces decía que era de Lancaster). No obstante, su acento alemán era notorio. Como hace unos treinta años, creo yo, los ingleses y alemanes tenían fuertes roces… las razones jamás me la revelaron en la escuela, sí, en esa que se encuentra en medio de los naranjales y mangos podridos. Uno de los responsables de su expulsión era un ex soldado de una guerra de la cual se dice que fue algo apocalíptica; sus compañeros fueron asesinados por los nazis y ese rencor seguía latente. Cuando llegó a mi país, forjó un fraterno trato entre un hombre llamado Alberto, colombiano y sicario de siempre; ya lo conocemos superficialmente.
Arribando a Guayaquil, Walter, empleado de los fastidiosos quiquiriquí  y nuevo consejero eterno para escribir panfletos en contra de sus rivales ideológicos, decidió caminar por una avenida sucia. Leía un diario ahora muy popular mientras se betunaba sus zapatos rotos. Cuando vio el brillo de sus calzados, pensó que su vida podría hacer lo mismo, pensamiento cliché. Una oleada de ideas surgieron, muchas basadas en sus experiencias, otras ya postradas en sus sesos desde que comenzó su distinguida educación. Pero, así como una gran ola deja suciedad y cualquier basura al romper, lo mismo pasará con un ideal demasiado grande y rico. Las perchas eran amplias, tanto como para albergar a muchos adeptos de distintos pensamientos. “Este es el inicio de algo terminante, que tendrá repercusión para bien y vencerá a los esclavizadores”, decía Walter. Muchos deducían que, por su origen prominente, era demasiado listo y merecía ser escuchado, aun cuando andaba pintando cuadros con bananas y restos de pintura caducada. Así empieza todo eso que tanto disfrutamos.
Repartía afiches por toda la ciudad con la esperanza de que alguien lo siga. Uno de ellos decía:
UNA NUEVA SUCIEDAD SOCIEDAD ESTÁ POR FLORECER. WALTER Y QUIEN ESTESE ESTÉ INTERESADO POR ESTE AFICHE ESTÁN LISTOS PARA ACABAR CON LOS ABUSOS DE CIERTOS TODOS LOS CERDOS AVARICIOSOS. ÚNETE YA A LA LUCHA DE SIEMPRE, AUNQUE ESTA TIENE UN TINTE MÁS CARACTERÍSTICO… TE LO GARANTIZAMOS
Walter era famoso por su intachable demagogia y, por lo tanto, todos sabían dónde encontrarlo: su nuevo templo, una tienda de antigüedades. Con mucha alegría y sorpresa, este nuevo líder recibió a más de veinte seguidores durante la primera semana. Ese número se mantuvo fijo hasta el comienzo del final de la organización.
Su primera lección empezó en un lugar bastante alejado de los santos e influencia de las sotanas para que contemplen la “verdadera situación social”. Miraba a las mujeres públicas y dijo a sus seguidores que ellas son “elementos sociales de satisfacción”, pero que deberían pagar impuestos. Creía que ellas cumplen con su propósito y que nacieron para ello; esto está basado de unos libros hinduistas que leyó cuando buscaba a su querido Pablo. Y así, con su primera enseñanza, empezó el primer éxodo de discípulos… fueron tres no más. “Machista de mierda, todo lo que has dicho no son más que gilipolleces islamitas”, dijo uno de sus ex alumnos, quien era español y quería buscar un buen inicio para el viaje de su vida, que más tarde lo encontraría en un bar clandestino. “Leed este diario y aquel libro sagrado, ambos nos enseñan de la vida y debemos guardarlos con mucho cariño para hacer entender a nuestros hijos que los tiempos son cíclicos, pero impredecibles”, dijo mientras sostenía diario El Serrucho y señalaba la biblia de un oyente. Así otra tanda fue liberada a la sociedad de la cordura.
Al caer la noche, ofreció posada para sus nuevos amigos. Su casa se encontraba en algún lugar de lo que alguna vez fue la hacienda La Prosperina. Allí nombró como el segundo al mando a Alberto y le asignó la tarea fundamental de ser el “hermano” en cuidar a las ovejas que estarían por escapar. De ahí, viendo al cerro más alto de la región, dijo lo que confirmaría su nueva locura y asentar su divinidad entre los hombres de la venda prieta: “Amigos míos, aquel cerro que se asoma azul por la ventana al amanecer y que recibe al sol en su muerte diaria, será nuestro altar para llegar a contemplar la tierra de los moros”. Uno, quien leía Don Quijote de la Mancha, le lanzó el libro en la cara y se marchó; fue asesinado por la mordida de una serpiente, según muchos, enviada por Dios. Un psiquiatra, el reconocido George Manson, quien supuestamente le seguía sólo para estudiarlo, intentó examinarlo mientras balbuceaba y determinó que no estaba loco: “Este tipo, controlado por la soberbia, denota mucha gracia y resentimiento en su discurso. Es un narcisista notable, tiene un complejo de superioridad camuflado con un muro de palabras con reseñas inconsistentes de diferentes creencias religiosas ya sea para convencer a las víctimas o causar un daño social de corto alcance. Un ídolo para los comunistas”. La palabra de él contra la mía, juzgue usted mismo. Antes de dormir el maestro, con el tono susurrante, afirmó: “Huelan el aroma de la liberación y convoquen a la paz con sus mentes inconformes, olviden los rezos, cada uno tiene su dios y por eso es que somos distintos; pero estoy aquí para juntar lo separado por hombres que nos hicieron ir al garete”. Realmente, lo dijo por decir, fue una improvisación para atraer a sus seguidores hasta el lugar que estará por nombrarse.
A veces, las intenciones de Walter se hacían oscuras, pero no era para preocuparse. Una tentación de hacer de ellos sus marionetas bailaba por llamar la suficiente atención de sus neuronas. Por suerte, sus neuronas eran muy apáticas. Y vino el sueño de su vida. Nadaba en un mar de enjuague bucal, cuando unos cigarrillos gigantes le llamaron la atención. “Ellos están destruyendo el mundo, es obvio que son los mismos desgraciados que me despidieron… todos son la misma porquería”, dijo. ¿Estulticia le podemos decir? Entonces, viajó al Cerro Azul por medio de su divina voluntad, con la intención de que el oráculo le dé respuestas.
–¿Cómo cambio el mundo? –preguntó Walter.
–Tienes que hacerlos enfrentar a la avenida del materialismo y el abuso de los grandes –dijo la voz misteriosa.
–Dime cuál es –rogó el sabio–. Si sigo meditando, tengo miedo de perder el juicio.
–Es la avenida Sodoma…
Así fue como acabó la onírica experiencia. Eran las cinco de la mañana. El cantamañanas despertó a sus discípulos. Dijo haber tenido la visión de la “revolución”. No conocía muy bien las calles de Guayaquil, así que eligió al azar a la Avenida 9 de Octubre como su Avenida Sodoma. “Escogería a Broadway si tuviese el poder que pronto obtendré por medio del pueblo libre”, musitaba. Al fin encontró la razón de su vida: fastidiar la vida de todos y todas. Llegaron a dicha avenida a las once de la mañana para iniciar la pacífica revuelta y así promover el crecimiento de la nueva tendencia. Otro aparentemente abandonó al grupo cuando estaban desayunando en el parque Centenario y me fue a informar sobre lo sucedido; cuando llegó a mi casa, se encontró con la sorpresa de que Alberto lo asechaba.
–¿Quién es usted, buen hombre? –pregunté a Alberto.
–Soy el hermano mayor de la comunidad de Walter –respondió el poco inteligente amigo–. ¿Me está probando?
–¿Walter, el alemán? –dije asombrado.
–Así es, y va a iniciar el cambio que todos hemos deseado –dijo con entera firmeza.
Fue cuando mis preguntas sobre el estado mental de Walter serían contestadas, pero aun así titubeaba. Más tarde, acompañado por el pobre hombre y Alberto, llegué a la 9 de Octubre. Todavía no pasaba nada; veía a Walter y sus quijotes armándose con los palos cortados de los árboles, listos para predicar. Me le acerqué y le pregunté sobre su curiosa religión.
–Walter, sé, que por alguna razón, me odias –le dije–. ¿Pero me podrías decir qué planeas hacer?
–Hay cosas que no se deben decir –aseveró Walter–, mas mis ideales sí. Pienso torturar a todos los corporativos y otros abusadores hasta dejar el poder de sus empresas a los trabajadores.
–¿Asegurar el bien nacional por medio del comunismo?
–Estás loco, esto es orgullo nacional.
–Ya veo, orgullo ajeno.
–Si no estás conmigo, corre.
Me largué de ese lugar. Surgió en esa mente corrompida por el tío Pablo una idea nacionalista. Bueno, sí, no era locura, sólo estaba enceguecido por el poder, nada más. Ya en las puertas del parque, reflexioné y decidí enfrentar al fratricida por el bien de la costa ecuatoriana. Fingí ser su nuevo discípulo a última hora y, a punto de emerger hacia la civilización y cuando Walter intentaba convencer a un imbécil que predicaba con su Biblia, hice un trato con Alberto.
–Bien, ya te percataste que no conseguirás dinero si te quedas con él –le dije–. Si lo abandonas y me apoyas, vivirás en el barrio Centenario.
–No le comprendo –dijo, en tono bajo, Alberto–. ¿Cuánto ofrece? ¿Qué desea hacer? ¿Me pone a prueba de nuevo?
–Sólo acerca tu oído a mi boca mientras ese idiota escupe su inteligente ignorancia.
Alberto quedó muy confundido y me tildó de drogadicto. Pero el dinero era muy poderoso.
Entonces, a las dos de la tarde, empezó la revolución. Walter gritaba con el palo en mano: “Viva los trabajadores, los vacos los liberaremos”. La gente se le reía por su mal español… hasta que uno de ellos atacó a su primera víctima. Walter sonreía diabólicamente pues uno de sus títeres sería capaz de perder su dignidad por él. “Me estoy divirtiendo en la Av. Sodoma”, dijo el maestro maligno. Alberto y yo nos quedamos atrás, le pagué todo lo necesario para que viva feliz y con la conciencia tranquila; también le obsequié una pluma contaminada con tóxica tinta pues J. Montalvo era mi mayor inspiración. Así que corrimos hacia el maniático. Tenía la relajante sensación de ser un fantasma en la escena pues era ignorado. Me quedé observando cómo Alberto le disparaba en la mano y piernas; su crueldad hizo que me quitase mi sombrero de copa alta. Luego, a punta de plumazos, lo atravesaba sin piedad hasta que el líder cayó y calló. El mismo dolor de la partida de Walter a Inglaterra me sobaba el alma, como que la muerte me quería llevar de nuevo. Mi mente trataba de inyectar morfina a mis sentimientos y músculos. Tenía que encararlo. Me le acerqué mientras la gente lo rodeaba. “Con sinceridad, te había echado de menos, creí haberte matado cuando dejé este país de gente cateta… Anna resultó ser una hija de perra”, me dijo sonriente. En ese momento no me podía imaginar la vida sin Walter, trataba de recordar esos días de soledad; sólo recuerdo haber leído un periódico en un avión o algo así. Me marché, al igual que todos de la avenida Sodoma, cuando murió con la máxima decencia posible. Eso creía. Acto seguido, de regreso a mi casa, desmayé con un dolor insoportable que hacía exigir al cuerpo que perezca de una bendita vez.
Un policía llegó, no pudo detener a su caballo y lo terminó al aplastar sus órganos, eso era lo que deseaba de Walter para finalmente tomar su puesto. Diario El Serrucho cubrió el suceso más atroz que jamás había sucedido en la Sodoma. Lástima que sería el único día de ese callejón de la torcida cosmovisión pues se volvería a llamar 9 de Octubre.
Sin embargo, este personaje se resistía a dimitir. Al siguiente día, diario El Hoyo Negro anunció que Walter no estaba muerto físicamente, pero sí moralmente. Mi pluma no lo mató del todo. Estaba irritado y con mucho dolor en mis extremidades. Por alguna razón sangraba en veces y venía mi enfermera a tratar mi mal. Este padecimiento fue un posible castigo del Señor por haber atentado sólo con su vida. Estaba muy deprimido. Una parte de mí me decía que también debí haber librado al Ecuador de su maldita morralla.
Alberto huyó muy lejos, dejando rastros. Fui acusado de esquizofrenia, doble personalidad  y demencia. No fui a la cárcel, pero sí a un centro psiquiátrico, otros le dicen manicomio. Mostraba a esos malditos ángeles diabólicos, esos enfermeros, la mitad de este escrito. De todas maneras, no se fiaban de la única evidencia de mi buen juicio. Ahora vivo con el tormento de que Walter viene a visitarme cada día cuando se le daba la gana. Todos se le reían  cuando venía a balbucear sus adulaciones a Stalin. Yo no le veía nada de gracia, peor cuando mi honra fue destrozada sólo por ser vinculado con el desgraciado suceso. Él, en su autobiografía nunca publicada, dijo como suya: “Cuando este tipo actuaba, yo era nulo y viceversa; mirábamos las acciones del otro. Nos complementábamos, como si uno esperase que la respuesta del otro venga por inercia”. Yo creía haberla dicho primero; decía que era plagio, pero mis vecinos de cuarto afirmaban que yo mismo me plagiaba. ¿Quién haría caso a unos trastornados? En fin, ahora estoy escribiendo desde un cuarto de insoportable paz y bastante blanco, no quisiera ir al paraíso.
Los restos morales de Walter fueron enterrados por mi decepcionada abuela en alguna parte del cerro El Carmen. Eso me tranquilizaba en parte, pero no evitaba que el alemán demoniaco siga paseándose por los pasillos del psiquiátrico, su voz hacía una buena orquestación en conjunto a los gritos y gemidos de los residentes. Mi abuelo, por petición mía, escribió sobre la piedra:
ADIÓS QUERIDO WALTER, ESPERO QUE TE HAYAS ENCONTRADO CON TU TÍO PABLITO. HAS CAUSADO MUCHOS PROBLEMAS Y, COMO TU TÍO, NO PUEDES REGRESAR PORQUE NUNCA MÁS TE MIRARÁN COMO LO QUE HICISTE CREER QUE ERAS.
Más tarde me enteré que mi abuela agregó a la inscripción:
WALTER, AUNQUE NACISTE DESPUÉS DE HELMUT, TIENES SU MISMA EDAD. MUY EXTRAÑO, PERO TENGO QUE AGRADECERTE DE QUE HAYAS RESUCITADO A MI NIETO CON TU REGRESO. ADIÓS WALTER Y HELMUT, DIOS DESEÓ PONERLOS EN EL MISMO CUERPO PARA DARNOS UNA MORALEJA QUE JAMÁS PODRÁ SER COMPRENDIDA POR UN PUEBLO POCO SABIO E INTOLERANTE.
Esta historia ha tenido limitado alcance, creo yo. Si usted la está leyendo, es porque ha podido penetrar las barreras de la prisión de la chifladura. Ojalá mi amigo Alberto, quien ahora vive por la Perimetral, haya difundido esta tema de importancia social.
Desde un lugar cerca del río Guayas,
Su amigo, Helmut Steinmeier

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