EL VIAJE ESPIRITUAL Y MUNDANO DE STEINMEIER
II: GEORGE MANSON: “EL ENIGMA DE LA DOBLE PERSONALIDAD FUE MI MAYOR IMPACTO”
(WALTER HA EMIGRADO)
Estaba en el ático de mi casa y mi esposa gritaba a que escuche la radio.
El narrador anunciaba algo que, por mi terquedad en mis investigaciones sobre el
demente, avivaba la mecha de la alegría: “Está, sí, ya está encerrado el famoso
H. Steinmeier, estudiado muy de cerca por el prestigioso psiquiatra George
Manson. Este hombre, de origen estadounidense, explica en su libro Yo y el Gémino que Steinmeier es único
en su tipo, muy diferente a otros casos de doble personalidad”. Claro, a la vez
estaba hostigado de este caso, incluso ya me estaba poniendo nervioso cuando vi
esas ojeras en el espejo. Me llegaban docenas de cartas pidiéndome que analice
otros casos de doble personalidad en Guayaquil. Al mismo tiempo, grafitis con
la denominación Av. Sodoma está allí abundaban.
Todo pasaba muy rápido, quería que todo convergiera a una singularidad y que se
hunda en las historias costumbristas para siempre. Y así fue, todo se acumuló a
un cerro que tuve que barrer en un solo día.
Abrazaba a mi esposa antes de dormir cuando oí un gemido, era de la casa
de al lado. Me sentía excitado. Nunca había oído a una mujer gemir tan, tan
seductoramente. Quería hacer a mi esposa mía, pero el poder de la conservación
me tenía irritado. Los diarios pensarían que sometí a mi esposa para satisfacer
mis necesidades masculinas. Pero, ¿quién podría enterarse de esto?, eran las 2
de la mañana y, aunque todo se oía por la propiedad de estas descuidadas
casas, todo el mundo dormía. Estaba obsesionado, quería hacer el amor y obtener
ese mismo gemido perfecto. Trataba de contenerme, me puse de pie y me dediqué a
escuchar con el tocadiscos orquestas relajantes. Entonces arribó ese morboso
sonido otra vez.
Mis sentidos estaban más que exaltados. Esa elevación debía ser dada de
baja... tenía que halar esa cuerda. Jamás recibiría el perdón de los curuchupas,
pero al diablo con eso. Me inspiré de esos juegos prohibidos para cristianos y,
con esos truquitos mágicos ya olvidados desde los tiempos de la Inquisición,
invoqué a Walter. ¿Por qué llamé a ese tarado? La respuesta estaba en su
actitud pervertida. Este hombre verraquero para las estupideces tenía que
ayudarme para obtener el gemido más auténtico y cercano a mi oído izquierdo.
Soy sordo del derecho. Fue difícil compartir la caja, me di cuenta entonces que
Dios existe y todas esas babosadas espirituales. Verificar si realmente era
Walter fue fácil.
–Así que tú eres Walter Steinmeier –le dije.
–¿Lo haces para burlarte sobre el asunto de la Av. Sodoma? –me cuestionó
Walter.
–¿Has vivido un infierno con Helmut? –pregunté más delicadamente.
–¿Helmut?, ese tipo es muy cómico –me respondió con una sonrisa–. Todos
los días me toca deambular por el manicomio como si no tuviese nada que hacer.
Ahora estoy con el hombre que me abandonó cuando más lo necesitaba para iniciar
la purga.
–Le voy a ser honesto, sólo estaba investigándolo.
–No soy más estúpido que Helmut, no soy una fórmula ni un enigma
matemático para que me analice. Creo que Dios me dio el cuerpo de un imbécil,
ahora estoy con alguien más inteligente, pero molesto.
Así concluí que Walter estaba consciente de que era una personalidad
alterna. Le hice mi petición y Walter la negó rotundamente. Dijo algo similar a
esto: “Hay algo en la carretera de tu vida, es como excremento, es la obsesión
por un simple rato de placer. Ya lo superé cuando Helmut y yo nos separamos.
Bromeábamos sobre toda la vida victoriana de los putos ricos que se cruzaban
por el portón de la casa, y ahora estoy condenado a preparar contigo la elegía dedicada
para ese.” Trató de culparme por frustrar sus planes para asesinar a su
alter ego mientras iniciaba una caminata larga.
El tipo era el amo de los juegos mentales; me enseñó un mundo lleno de
sollozos, donde las notas eran libres y las escogías al azar, sin miedo a que
el conglomerado de ellas suene desafinado. “Esto es placer”, dijo Walter. El
sonido de las mesas, los ventiladores y el golpeteo de palos huecos también
formaban parte de su repertorio. Si no obedeces a la nota Mi Mayor, eres un
tonto. Así, él me mostró el lado más oscuro de su mundo poco definido: un
edificio sin paredes, sólo había camas, camas llenas de mujeres desnudas y muy
sensuales. Tuve el coito con todas ellas y ninguna me ofreció el gemido deseado,
sólo algo angelical como si lo que hice fue por amor. Fingí satisfacción con
Walter, quien me esperaba tocando el violín una canción minimalista. Me
comprometí a seguir más a fondo sus pasos que emanaban sonidos puercos, le dije
que estaba desarmonizando los sonidos inocentes que dominaban el ambiente. Me
miró y me dijo que esa rutina de oír la voz del espíritu benevolente es dañina
porque te hace vulnerable. Entonces me dio por seguirlo, agarré un vaso de
vidrio y lo lancé contra la calle que ondulaba como una senoidal, igual que mi
estado de ánimo. Pero el sonido resultó ser agradable y bastante lento, como un
ventilador bien lubricado. Sepulté mi deseo por el puto sonido de las mujeres y
decidí matar a Walter para dominar su mundo.
–Ya no es necesario drogarse con eso –afirmé.
–Por supuesto –dijo Walter–, sólo tienes que gobernarlo con decencia. Y
para lograrlo, necesitas experiencias gratificantes.
–¿Tienes miedo que alguien de aquí te arrebate la poltrona? –pregunté con
absoluta naturaleza.
–Esto es como la Babilonia decadente –me dijo, mostrando su puño–, todos
“pecando” por obtener un sonido muy parecido. En realidad, el único pecado es
quedar en silencio.
–¿Y por qué quería hacer revolución en el mundo real?
–Ya le dije, la rutina es un asesino bastante sabido.
–En mi humilde opinión, este mundo debe actualizarse ya.
–Esa frase no me gusta, deberías abandonarme porque nada sacarás de mí.
–¿En serio?
Desaté los cordones de mis zapatos y traté de usarlos como un arpa. El
sonido que le sacaba era más prodigioso que los que sonaban cotidianamente por
ahí. Así todos vinieron a mí, perplejos. Walter estaba algo confundido, lo
único que hizo fue desempuñar su mano; su autoestima se degeneraba mientras que
la gente asistía al espectáculo. Walter tenía que seguir la corriente porque los
músicos no querían decepcionarse, así que tomó un par de piedras y las aplastó
hasta crujir: la percusión. Yo no quería que suene como esos pandilleros de la
calle con los tanques y tarros. Los músicos encontraron una mejor manera de
hacer música; el azar, dominio del universo, desapareció para que el orden se
asiente entre los habitantes. Walter lloraba más que cualquiera de sus
súbditos. Con un sueño notorio afirmó: “Esto era lo que mantenía en pie mi
voluntad por la revolución; ya no queda más que la rutina de afuera. Mi mente
fue profanada y contaminada sin remedio”.
Walter abandonó su mente para cultivar otra en un lugar diferente. Me
sentía culpable así que dejé a mis nuevos sirvientes que sigan tocando. Antes
de irse, Walter me hizo el gemido que tanto he deseado. Y lo condené a errar
por el mundo. Quedé impactado, mi cara mostraba impresión y conmoción severa.
Los sonidos ordenados se acrecentaban hasta ya no poder oírme. Quería
despertar, sentía que me ahogaba, no por los sonidos ni el mar de imágenes que
me habían asechado, sino por un… periódico.
Desperté, era muy tarde como para ir al consultorio. Me quité el diario
de la cara. Era obvio que estaba en mi casa, pero la diferencia era que estaba
junto a mi esposa. Me dijo muy angustiada que estaba “poseído” por las
convulsiones. Me levanté de la bañera, mi esposa insistía que no debía
marcharme hasta que leyera el periódico. Era El Reverso informando:
G.
MANSON, POR USAR MÉTODOS NO ORTODOXOS, FUE “POSEÍDO”
En las columnas de opinión decían cosas como “Manson fue poseído por
Steinmier” o “psicoloco jugador al satanito”.
Ya los chismes se habían esparcido y la prensa no tardó en actuar. Miré la
fecha y quedé un poco perplejo. ¡Dije que debí barrer todo eso en un solo día
pues realmente pareció haber pasado un maldito día!
Constituido por el nuevo orden de la humillación, decidí regresar con mi
esposa a mi despreciado hogar. Me arriesgaba a parecer pelota de hule social.
Mi complejo de juzgar fue la razón de ser expulsado por mis compatriotas;
esperaba, sin embargo, ser bien recibido tras haber asumido el cargo de la
felicidad que tanto había anhelado. “¿Qué pasó en ese sueño?”, preguntaba mi
esposa durante el viaje. Ya para ese instante los sonidos se normalizaron y yo
estaba cada vez más relajado… no, eso no fue, estaba cada vez más intolerante.
Era como un trasplante no compatible, una gangrena de ideas socavaban poco a
poco la mente del que les escribe. Y una vez más ratifiqué la creencia en Dios,
agregando el argumento de no volver a meterme en juegos de brujas. Una opresión
de parte de sonidos más allá de lo psíquico ya me era perturbadora. Cuando
llegué a mi tierra natal, me hice amigo de un loquero. Ya saben lo que
sucedería luego…
Sin dudas podría decir que el enigma de la doble personalidad fue mi
mayor impacto. ¡El impacto de una sandía… hacia el sol!